¿Los insectos duermen?

Sueño en insectos

Por: julianbiol

Muy buenas a todos, espero que se encuentren muy bien.

Hoy vengo a compartirles sobre un tema sobre el que quizá no muchos se hayan preguntado, pero que, como todos, tienen respuestas supremamente interesantes. 

Y es que difícilmente nos imaginamos a los insectos durmiendo, pues muchas veces podemos llegar a considerar que esta actividad es netamente humana, y hasta los «tesos» que trabajaban con la teoría del sueño se resistían a aceptar que los insectos podían dormir. 

El sueño, una actividad no exclusiva de humanos

Sin embargo, llegó alguien aún más teso y les demostró que los insectos, en este caso nuestra todopoderosa Drosophila melanogaster, cumplía con los parámetros en base a los cuales definían el sueño: 

  • Adoptan una postura específica para descansar
  • Se eleva el umbral de sensibilidad (i.e., no responden tan fácil a estímulos externos)
  • Este estado es reversible con estimulaciones fuertes
  • Hay procesos homeostáticos regulando esta actividad
Diferentes especies de abejas durmiendo. Fotografías: Helfrich-Förster, C. (2018).
Diferentes especies de abejas durmiendo. Fotografías: Helfrich-Förster, C. (2018).

Y es que nuestra bella mosquita de la fruta cumplía con todos esos criterios.

La genética del sueño

Aunado a lo anterior, resultó que también había genes ortólogos (genes que evolucionaron de un ancestro común y que se encuentran en diferentes especies) que regulaban el sueño tanto en mamíferos como en moscas ¿Cómo les quedó el ojo?

Igual de sorprendente es el hecho de que no es solo la mosquita de la fruta la que cumple con estos criterios, sino que muuuuchos artrópodos (no solo insectos) cumplen con estas características, y es que entre los que hemos estudiado, sabemos que duermen tanto las moscas de la fruta, como las abejas, las cucarachas, los escorpiones y algún otro que esté dejando en el tintero.

¿Qué pasa cuando no se duerme?

Sin embargo, el sueño (o más bien, la falta de este) parece no afectar de la misma forma a todos estos amiguitos, pues por ejemplo las abejas que han sido privadas del sueño sí reflejan conductas parecidas a las que experimentamos nosotros al ser privados del mismo: sus movimientos se vuelven más torpes y hasta se pueden perder para regresar a la colmena. Sin embargo, las moscas de la fruta pueden llegar a mejorar sus capacidades «intelectuales» al ser privadas del sueño, aunque a un costo grande: su expectativa de vida se reduce.

Y es que este último efecto no es único de las moscas de la fruta, pues el sueño es una parte fundamental de la vida de los animales, tanto así que en nuestro caso, los humanos podemos sobrevivir hasta 6 veces más sin comer que sin dormir. Sucede lo mismo en ratones, que mueren por falta de sueño, o en las moscas de la fruta, cuya expectativa de vida se ve reducida al no dormir.

Cabeza abejas dormidas
a- Posición de las antenas de una abeja despierta; b- Posición de las antenas de una abeja dormida. Ilustraciones: Helfrich-Förster, C. (2018).

Todo esto tiene unas bases genéticas y del desarrollo, pues aunque los cerebros de los insectos son menos complejos que los cerebros de los mamíferos (no significan que los nuestros sean mejores, ojo), los mecanismos que controlan el sueño y el ritmo circadiano (o reloj biológico) son hasta cierto punto similares a los de nuestros cerebros, pudiéndose (hasta cierto punto) inhibir el sueño al modificar los receptores de catecolaminas, como el de dopamina, que al ser mutado en las moscas, evita que se descarte este neurotransmisor, haciendo que se recicle, obteniendo así moscas hiperactivas (más).

Me gustaría profundizar en estos mecanismos del cerebro, pero no tengo bases de neurología y me enredo con todos los genes y procesos neuronales, por lo que deberé concluir mi relato acá.

No siendo más, un saludo para todos, y si tienen imágenes de insectos durmiendo, dejenlas acá abajo, siempre es interesante llevar lo que leemos al mundo real.

Referencias

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[1] Helfrich-Förster, C. (2018). Sleep in insects. Annual review of entomology, 63, 69-86. https://doi.org/10.1146/annurev-ento-020117-043201

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