El mundo de la observación de aves puede llegar a ser tan amplio como nuestra imaginación lo permita. Mucho más amplio es el de las interacciones de estas con su entorno, sus comportamientos, rutinas y misterios. El siguiente artículo es una reflexión sobre el concepto de observación y sobre el sesgo que algunas veces presentamos al preferir únicamente especies nuevas en nuestros listados.
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El mundo está lleno de aves, estas abundan en prácticamente todos los ambientes. Esto es un gran aliciente para los cientos de miles de observadores a nivel mundial, que viven de un lado para otro buscando observar, fotografiar o grabar la gran variedad de expresiones de avifauna y que hacen de ello un estilo de vida.
Como seres humanos, siempre buscamos experiencias nuevas. Tenemos una gran facilidad para normalizar lo conocido, y en cierto punto es algo lógico, aunque muchas veces normalizar puede implicar el desprecio o la sensación de conocer completamente aquello a lo que estamos tan acostumbrados.
Algo similar ocurre con la observación de aves. Como pajareros, nuestro proceso suele iniciar con una mente confusa ante la inmensa variedad de formas que presentan estos seres. Con el tiempo nos vamos familiarizando con estas formas y comprendemos que algunas especies son más abundantes que otras; también, que algunas prefieren hábitats abiertos o cercanos a nuestras casas, por lo que las denominamos especies comunes.
El aprendizaje de un pajarero
Poco a poco, nuestro proceso de aprendizaje nos lleva a expandir nuestra librería mental de nombres, formas y sonidos, hasta que llegamos a un punto en el que hemos llegado al fin del aprendizaje exponencial y se vuelve cada vez más difícil registrar nuevas especies para nuestra lista.
En muchas ocasiones, sucede que nuestros esfuerzos se centran en registrar aquellos “caramelos escasos”. Aves que por lo general requieren ciertos hábitats específicos para vivir, o que están bajo algún estado de amenaza. A partir de aquí encontramos una motivación especial para encontrar nuevas especies, y las que ya conocemos dejan de llamarnos tanto la atención.
Es aquí donde vale la pena preguntarse: ¿Es este el propósito de la observación de aves? Por supuesto, está muy bien registrar especies nuevas y aumentar nuestros listados, pero esta también es una oportunidad para aprender realmente a observar, no solo ver.
Y es que observar va más allá. Es un estado de completa atención donde hasta el ave más común puede resultar interesante, y no porque así queramos que sea, sino porque todas las aves tienen comportamientos propios que muchas veces hemos pasado por alto, tan solo por el afán de buscar lo nuevo.
Aprendiendo a observar
Es en este estado cuando podemos dar un vistazo al nido de un mayo (Turdus ignobilis), aprender sobre sus preferencias alimenticias, escuchar su melodioso canto y aprender sus movimientos particulares, hasta ir creando un concepto mucho más amplio y enriquecedor de la especie, algo que no sería posible si tan sólo nos limitáramos a pensar que es un ave común y opaca, y que por ello no tiene nada interesante qué aportar.
Después de todo, las descripciones sobre la historia natural de las especies comunes alguna vez fueron hechas por naturalistas del pasado, quienes meticulosamente observaban estas especies, por comunes que fueran, cuando estas ni siquiera tenían un nombre oficial en la nomenclatura científica.
Aunque el tema va más allá, y es que, aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI aún no sabemos casi nada sobre muchas especies de aves. Las conocemos, eso sí, mediante colecciones, dibujos, sonidos o videos, pero para algunas son desconocidos aspectos tan elementales como sus dinámicas de reproducción, variaciones anuales o interacciones ecológicas.
Un buen observador entiende mejor el mundo
Es aquí donde se vuelve útil, más allá del disfrute personal, la observación minuciosa. Un buen observador puede contribuir con nuevo conocimiento en muchos campos, simplemente aplicando los principios básicos de la atención continua, el asombro y la capacidad de hacerse preguntas.
Las especies llevan millones de años evolucionando, formando linajes únicos con historias naturales muy particulares, adquiriendo estrategias impensadas para poder reproducirse y transmitir sus genes de generación en generación. Son todas estas características una motivación adicional para salir y disfrutar de la diversidad de la vida, no importa qué tan rara sea.
Más allá de simples nombres tachados en una lista, las aves son una expresión del dinamismo de la vida, y aunque tengamos que encasillarlas en nombres para facilitar su estudio, la esencia de estas sigue allá afuera, adaptándose a nuestros cambios o en muchos casos sucumbiendo ante ellos. Cada una de las 10.824 especies que habitan el planeta tienen historias que contar.
La observación de aves como disfrute
Para muchos, la observación de aves es una actividad relajante, casi terapéutica, y lo es más cuando se deja de lado el estrés por observar una rareza o aumentar el listado personal. Por supuesto que registrar nuevas especies es importante, y tiene valor, pues cada quien puede plantearse retos y las ganas de conocer nuevas especies generalmente están dirigidas por una curiosidad insaciable; sin embargo, lo cotidiano alberga también su belleza, y por supuesto, su importancia.
Disfrutar de la naturaleza de manera integral puede proporcionar una sensación poco comparable. Así, cuando se observa al colibrí, se observa también a la planta, al árbol, o al bosque. Observar aves es convertirse en un amante de lo “cotidiano”. Es darse cuenta de que un jardín aparentemente inmutable es en realidad un lugar cambiante lleno de interacciones diferentes cada día.
Después de todo, parece ser que el disfrute de las formas de vida depende no tanto de las especies mismas, sino de nosotros, y de qué tan abiertos estemos a impresionarnos por la mera existencia de estas.